Con el tiempo, aprendí a llorar con una sonrisa en los labios, a chillar con una voz suave. A atacar con bolas de algodón y hundirme mientras salgo volando. Contemplé ocasos de soles, de lunas y de personas, pero pocos amaneceres. Sin embargo, lucho como el primer día. Confío cada vez menos, supongo cada vez más. Me planteo la cantidad de cosas que aún mantengo, y no las que se van.