lunes, 26 de julio de 2010



De chiquitita odiaba a Caperucita Roja. A mi mamá le encantaba, me lo leía una y otra vez. A mí lo único que me divertía era la parte donde el lobo le hincaba el diente a Caperucita. Caperucita Roja… renacuaja estúpida. La mamá le decía Caperucita, Caperucita, cruza el bosque, no te metas con extraños” ¿y que hace la mamerta? Va y se mete en la boca del lobo. El lobo nos puede engañar, si, tal vez, ahora está bajo la piel de un corderito, pero tenemos que sacarnos el miedo, divertirnos, reírnos en la cara del lobo. Si hace falta tenemos que ridiculizar esa historia para volver a sentirnos vivos. Porque no siempre el lobo está en el bosque, a veces vive adentro nuestro, al acecho, esperando nuestro error para comernos los sueños, la vida misma. Crecer es atreverse a cruzar el bosque, sin saber con qué nos podemos encontrar en el camino, si con un final feliz en la historia, o terminar en la boca del lobo.